18.1.12

Crítica. Los descendientes, Clooney hace especial su personaje más común


Es un drama de dualidades. ¿O es una comedia? Los descendientes transita por los más ridículos vericuetos del absurdo compartiendo, a su vez, momentos de gran angustia y dolor. Como el supuesto paraíso en el que se desarrolla la trama, Waikiki, en Hawai: ¿una ciudad moderna con el progreso a las puertas o un pedazo de naturaleza que conserva el pasado más tradicional? Difícil escoger. Imposible. Así es el cine de Alexander Payne, agridulce, tragicómico, como la vida misma. 

Como en sus anteriores películas Election y Entre copas y, especialmente, A propósito de Schmidt, el director vuelve a colocar a su protagonista en la cuerda floja y lo insta a tomar una decisión, en un momento de transición, que le hace replantearse quién es, qué quiere y qué necesita. En Los descendientes, aquel Jack Nicholson, o Paul Giamatti, o Matthew Broderick, el tipo perdedor, frustrado y sin suerte, tiene el rostro y la insuperable sonrisa de George Clooney, su carisma. Sólo el enorme talento de actor y director hace posible que nos creamos que el soltero de oro de Hollywood es un tipo ¡imperfecto!, infeliz y absolutamente desorientado. También es cierto que ayuda verle con unas bermudas y camisas horrorosas. George Clooney es Los descendientes. Sin él, hubiera sido otro inteligente y emotivo filme de Alexander Payne. Con Clooney, Los descendientes es una de las películas del año.

Al comienzo del filme, su personaje, Matt King, voz en off de todo lo que va aconteciendo, arrastra la perplejidad como la bola de un reo. Primero, por el durísimo golpe de observar a su mujer en coma, en la habitación de un hospital, sin saber cómo manejar el asunto con sus dos hijas; después, cuando descubre que el amor de su vida, esa mujer postrada, le ha estado engañando, le ha sido infiel. El (casi) viudo y cornudo padre decide emprender entonces un viaje, un poco a lo loco, para –y aquí asoma el ego masculino– saber qué vio en el otro para alejarse de él.

Esa huida le lleva de una isla a otra, el archipiélago como una metáfora de lo que somos: miembros de la misma familia, pero individuos al fin y al cabo. También aprovecha el viaje Alexander Payne para introducirnos en una temática aparentemente menos emocional, la de la compra- venta de tierras heredadas, algo muy común en un lugar como Hawai. Matt deberá decidir qué hacer con las suyas. Mientras en el hospital poco puede hacer por recuperar a su mujer; en su negocio tiene la oportunidad de tomar una decisión.

En ese viaje conocemos a las niñas de este padre inexperto. Unas crías que explican también sus cambios de comportamiento. La pequeña no logra asimilar la realidad, como le ocurre al cabeza de familia; la mayor –magnífica Shailene Woodley, prota de la serie Vida secreta de una adolescente– reprime sus sentimientos, hasta que decide confiar en su padre, y se preocupa por él. A ellos se suma el novioamigo de la chica, un chaval torpe al que Matt rechaza sin comprender que, a pesar de su juventud, lleva ya algunas vidas quemadas. Que reciba un puñetazo del abuelo por reírse (sin saber) de su mujer con Alzheimer explica la tónica general del ser humano: ignorar la desgracia, ésa, que siempre acaba por llegar. Payne nos abre un poco la puerta.

1 comentario:

Contratar Artistas dijo...

Gracias por el aporte... muy buena pelicula!!! un groso geoge clooney, muy buen blog...