22.12.07

Requiem por el genero en EP3 por Pepe Colubi

He estado buscando en internet (y no lo he encontrado) el artículo publicado ayer en el EP3 de Pepe Colubi, sobre las series y su posible clasificación, a raiz del final de Los Soprano, que Colubi considera un antes y después, como la edad de Xto.

Las clasifica en ocho apartados.

Cool Soap (haciendo un juego de palabras con Soap Opera, de Dallas a Mujeres desesperadas)
Bloodrama (dramas sangrientos, de CSI a Dexter)
Dogma Sitcom (series con recursos mínimos, como Larry David)
Adultoon (dibujos para adultos, le falta mencionar el programa chulísimo de TNT Adult Swim)
Acción Total (lo que más engancha, Perdidos, Héroes, 24, Prison Break)
Dramedy (no sabe si reir o llorar, A dos metros bajo tierra, House)
Shitcom (Comedia + Mierda = Me llamo Earl, Los informáticos, etc.)
Celebreality (Gran Hermano)

¡Qué difícil es etiquetar en español, eh?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

en inglés son más espontáneos

:-)

amor

Anónimo dijo...

hola!
aquí va el artículo completo:

Ya no nos acordamos, pero hubo un tiempo en que La Tele (así, con mayúsculas) se dividía en estrictos compartimentos que los antiguos programadores denominaban «géneros». Había espacios infantiles para los niños, concursos para espectadores anónimos, informativos que sólo daban noticias y series específicas: sitcoms, dramáticas, policíacas o de ciencia ficción. Como capas de sedimento, esas producciones se asentaron en la memoria del telespectador hasta crear el engrudo catódico que sirvió de base a nuestra educación audiovisual. Sólo faltaba un revulsivo que eliminara la separación entre géneros; con cierta perspectiva podemos decir que 1999 fue el año de la epifanía: habían nacido Los Soprano.
En la tele B.S. (before Soprano) primaba la caducidad sobre la calidad; los capítulos se facturaban en serie (nunca mejor dicho) con la única intención de fabricar la correspondiente dosis semanal. Raíces o Yo, Claudio prometieron trascendencia en los 70, pero avariciosos mercenarios como Aaron Spelling frenaron en seco cualquier amago de evolución. La gente recuerda Starsky & Hutch, Los Ángeles de Charlie o Vacaciones en el Mar con nostalgia porque vieron esas series cuando eran jóvenes, no porque merezcan letras de oro en la historia de la tele.
Ya en los 80 los géneros empezaron a perder pureza; la fundacional Hill Street Blues dio un baño de realismo sucio al policía de toda la vida (aunque el mismo Bochco fracasara después en el delirante cocktail policiaco-musical titulado Cop Rock). Más tarde, Doctor en Alaska, Expediente X o Ally McBeal apuntaron cierta superposición genérica, pero sería el éxito absoluto de Los Soprano el que dotaría a las siguientes producciones de una libertad argumental y formal hasta entonces desconocida. La única orden era «vale todo»; los guionistas borraron las débiles fronteras entre géneros para dar paso a una nueva taxonomía de atmósferas solapadas, argumentos híbridos y realizaciones contaminadas. Aunque suena demasiado mutante, salimos ganando. Nos hemos quedado sin género; sería trágico en una pañería, pero ha salvado la tele del siglo XXI.


DRAMEDY
Aunque esta etiqueta se aplica habitualmente a telecomedias (aproximadamente media hora por capítulo) con un toque melodramático (MASH que estás en los cielos), no le viene nada mal a series dramáticas (casi una hora por episodio) que rebajan tensión con una sonrisa, no siempre amable; al fin y al cabo, la vida viene a ser la justa mezcla de llanto y risa. El ejemplo más relevante de esta balanza se tituló A Dos Metros Bajo Tierra, el día a día de una funeraria que, además de la evidente presencia cotidiana de la muerte, combinaba elementos propios de culebrón (enfermedades, embarazos, adulterios) con surrealistas ensoñaciones en las que participaban los muertos de la serie. El género se ha consolidado con House, o cómo soportar los chascarrillos bordes de un médico que intenta salvarte la vida. Las convulsiones y las punciones lumbares son un drama, pero las puyas y los escaqueos del doctor te dibujan una sonrisa cínica; he ahí el tinglado de la antigua farsa.


DOGMA SITCOM
El éxito de la telecomedia de 22 minutos en Estados Unidos (una de las más graves carencias catódicas de nuestro país), ha propiciado la experimentación como forma de llamar la atención, desde la planificación de dibujos animados que tenía Parker Lewis al «found footage» de Sigue Soñando, por nombrar dos ejemplos. Podríamos denominar Dogma Sitcom a aquellas series que, aun mezclando video y cine, ruedan en exteriores, utilizan sonido directo, abusan de la cámara al hombro y, presuntamente, promueven la improvisación o el uso los mínimos recursos a su alcance. El resultado se acerca a un extraño documental en el que prima la exaltación del cabreo antes que la risa. El Show de Larry Sanders buceaba en el «detrás de las cámaras» de un ficticio late night y apuntó las maneras que Larry David borda en la auto referencial Curb Your Enthusiasm. Por su parte, Trailer Park Boys provoca risa nerviosa con su propuesta de falso documental a medio camino entre COPS y Callejeros.


BLOODRAMA
Lejos quedan los incruentos tiroteos del Equipo A; con tanto entrenamiento audiovisual hemos desarrollado cierta tolerancia a las escenas escabrosas, aunque el gore, erigido en género cinematográfico específico, ha tardado más tiempo en llegar a la pequeña pantalla. Desde el principio CSI ofreció detalladas autopsias y recreaciones microscópicas de las trayectorias que siguen las balas o cuchillos al entrar en el organismo de la víctima: vísceras reventadas, órganos rasgados o huesos fracturados ofrecían una peculiar sinfonía de color, sonido y sangre. Aunque el truco ya lo habíamos visto en la película Tres Reyes, se convirtió en seña de identidad de la saga (junto a cadáveres de macizas y canciones de los Who). CSI abrió muchas puertas (y cajas torácicas) pero el drama sangriento ha alcanzado su cima con Dexter, forense de Miami metido a psicópata justiciero en sus horas libres. Dexter también mancha mucho, pero al menos tiene el detalle de cubrir la estancia con plásticos antes de llevar a cabo sus descuartizamientos.


COOL SOAP
Los americanos denominaban «soap» (jabón) a los seriales románticos radiofónicos porque estaban patrocinados por marcas de detergente (se suponía que sólo los escuchaban las amas de casa). El nombre funcionó en el trasvase del género a la televisión, aunque el tiempo demostraría que no sólo de esposas vivía su audiencia. Junto al inequívoco serial sudamericano aparecieron fastuosas sagas como Dallas, Dinastía o Falcon Crest; los ricos, además de llorar, también veían culebrones. Desde entonces, no pocas producciones han colado los tradicionales argumentos del género bajo un bonito envoltorio que despista, en una primera aproximación, la serpiente que late en su interior. Mujeres Desesperadas arranca con un suicidio, Anatomía de Grey juega a los médicos y Cinco Hermanos trata la guerra de Irak, pero todas ellas usan los elementos que hicieron grande a Verónica Castro: amor, desamor, familia, malentendidos, embarazos, muertes, una mala como dios manda y una agradable banda sonora.


SHITCOM
Aunque la unión de «shit» (mierda) y «com» (comedia) puede usarse para despreciar las telecomedias realmente malas o baratas, el término también serviría para calificar las series deliberadamente mugrientas y feístas, aquellas sitcom con vocación de poner la lupa sobre los aspectos menos amables del sueño americano (que a estas alturas ya es el de todo occidente) sin olvidar los presupuestos fundacionales de I Love Lucy. No han sido pocas las series protagonizadas por marginales o perdedores, tanto en Inglaterra (Esto se hunde, La Pareja Basura) como en Estados Unidos (George Carlin, John Larroquette), pero en lo que va de siglo brillan con luz propia el Me llamo Earl de Jason Lee o The Office, fabulosa (por deprimente) shitcom con aires dogma protagonizada por Rick Gervais en Gran Bretaña y Steve Carell en USA. La aproximación a la cutre caspa continúa en Los Informáticos (un vistazo al submundo geek) e incluso en la española Gominolas, serie centrada en el triste devenir de cinco fracasados.


ADULTOON
Los Picapiedra fueron los primeros dibus en prime time, aunque sus contenidos adultos tenían más que ver con los juegos de palabras y la vida doméstica que con la diabólica triada del mal: sexo, drogas y violencia. Los Simpsom (deudores a su vez de Matrimonio con Hijos) trajeron aire fresco: las formas y los colores atraen a los más pequeños, pero las referencias culturales, los chistes ambiguos y las tramas complejas buscan espectadores de más edad. Tras el declive del imperio Hanna Barbera, los dibus infantiles se renovaron con series casi surrealistas de aire pop (Los Rugrats, Vaca y Pollo, Las Supernenas o Bob Esponja) mientras la animación para adultos (nada que ver con el porno) vive desde los ya lejanos Beavis & Butt Head una auténtica edad de oro: al indispensable Padre de Familia de Seth McFarlane, se han unido Mission Hill, Los Oblongs o La Casa de los Dibujos, hipnótica orgía de incorrección política en forma de Gran Hermano que parodia todos los estilos de animación.


ACCIÓN TOTAL
Suena a película chunga de Chuck Norris pero hace referencia a las nuevas series de acción, historias apabullantes que mezclan todas las variantes de tensión, audacia, persecución, supervivencia, intriga, situaciones límite y efectos especiales. Mirando atrás (sin ira) parece imposible que El Fugitivo pudiera sacarle tanto partido a un manco, o que a Kung Fu le bastaran sus puños y una flauta para resistir tres temporadas en antena. La tele A.S. (after Soprano) no admite tibiezas: los supervivientes de un terrible accidente aéreo no sólo deberán buscarse la vida en una isla, también tendrán que luchar frente a inquietantes amenazas (Perdidos). Jack Bauer evita que un candidato presidencial sea asesinado mientras investiga la desaparición de su hija (24). Michael Scofield entra en la cárcel para ayudar a su hermano a escapar, pero una vez dentro, la huida será el menor de sus problemas (Prison Break). Una pandilla de gente anónima descubre inesperadamente sus superpoderes (Héroes). Aquí no hay quien se aburra.


CELEBREALITY
No sólo de fusión viven las series; el «celebreality» mezcla telerrealidad de encierro y celebridades en horas bajas que buscan una tercera oportunidad, aunque sea de forma tan retorcida como Shilpa Shetty (la actriz logró fama mundial gracias a los insultos recibidos en el Big Brother VIP británico). Si los famosos son muy poco conocidos surge la variante denominada «cutreality»: cantantes de un solo éxito, deportistas ajados, famosetes del corazón, ex-concursantes de otros programas de telerrealidad y, en el caso de España, toreros, no dudan en sufrir hambre, frío o picaduras en una isla, playa o granja con el honesto fin de ganarse unos dracmas y, con un poco de suerte, relanzar sus carreras o salir en la portada de Interviú. Al principio, la fórmula funcionó por esa cosa tan española de deleitarse en el sufrimiento ajeno de alguien que, durante un tiempo indeterminado, disfrutó de las prebendas de la fama. Con el tiempo, el formato cayó en desuso por puro aburrimiento. No se le echa de menos.

Mariló García dijo...

Gracias Pepe!