Cada vernano buscamos el Tiburón de turno. O al menos el Sharknado de turno. Dangerous Animals o Animales peligrosos se presenta con un título en plural para despistarnos. Aquí no son los tiburones los peligrosos, sino un ser humano. Hubiera estado más justificado llamarlo Animal peligroso, aunque aquí Sean Byrne el director nos habla en definitiva de los asesinos en serie locos, del psicópata puro. El villano de la historia no viola antes de cargarse a la jovencita de turno. Lo que le provoca placer es mirar cómo el tiburón acaba con su víctima. La repetición. Siempre la misma. En su barco, en solitario, grabándolo con su cámara, un trofeo más. Y siempre la misma mecánica. La sonrisa, el buenrollismo (si te cantan el Baby Shark en alta mar… ¡huye!), la inesperada puñalada, la mirada sin piedad. Byrne no se regodea en esa repetición. Nos muestra el modus operandi para entrar de lleno en presentarnos a la verdadera protagonista, la heroína de la historia. Una aparente californiana surfera anodina que esconde el suficiente trauma como para enfrentarse a lo que le echen. Sabemos que es nuestra chica, que podrá con todo. Ha llegado el turno de dar caza al verdadero tiburón de la historia. Pero, ¿cómo? Y aquí llega la sorpresa. De nuevo vemos lo que puede dar de sí un barco, su reducido espacio. Hay acción, mucho cliché obviamente (encerrada en un habitáculo al estilo Saw), todo bien concentrado. Jai Courtney, todo cachas con su batín afeminado a lo El silencio de los corderos, a veces me recuerda al Javier Bardem más salvaje. ¿Será el asesino un director frustrado? Me hace gracia pensarlo. Ella, Hassie Harrison, es una macgyver de libro, carne de cañón de orfanato y solitaria rápida en tomar decisiones. Para que no quede en un cara a cara y se haga pesado incluyen en la historia a otra chica (justo el reverso de la prota, sin iniciativa, miedosa, que espera su destino sea cual sea este, que es inglesa) y un chico, un ligue de último momento que le pone un poco de oxígeno al tema: ella no estará sola ante el peligro. Hay cosas que me gustan muy poco y que le restan potencia y más tensión a la película. Como por ejemplo que el asesino dialogue con la víctima en plan profundo. Mira, no. Por otro lado, es previsible, cierto, aunque esto en este tipo de películas más de serie B no me molesta, al contrario, ayuda a tomar partido con la prota en sus decisiones. Su punto fuerte es la rapidez con la que pasan las cosas. Se deja ver con un bol de palomitas, ideal para un verano caluroso. Mejor que Tiburón negro; peor que Infierno azul.
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